Sabemos que se acaban las vacaciones y uno de los motivos es que empezamos a ver en televisión los anuncios de fascículos y coleccionables. Nos acompañan todos los años en dos épocas, finales de agosto y principios de enero, junto con la publicidad masiva de métodos deportivos y gimnasios.
Los fascículos y coleccionables invaden los quioscos y parece que aunque les tengamos «supuesto rechazo» hay más de una persona a la que le chiflan en secreto porque de no ser así no tendrían tanto éxito.
¿Pero porqué tienen tanto éxito los fascículos y coleccionables?
Parece que la respuesta no está tan ligada una estrategia comercial sino que es algo que siempre nos ha atraído.
La necesidad de tener objetos nos acompaña desde el inicio de los tiempos y podríamos decir que es algo relacionado con una patología del ser humano. Por lo general nos gusta acaparar, juntar, reunir y saber que tienen una su colección única y de objetos especiales.
Walter Benjamin, filósofo alemán, se interesó en 1937 por la naturaleza del coleccionismo en un encuentro con el coleccionista de arte Eduard Fuchs, propietario de una de las mayores colecciones del mundo de caricaturas, arte erótico y cuadros de costumbres. Benjamin detectó ya en Fuchs como coleccionista los atributos de una sensibilidad ligada a un pathos (sufrimiento o pasión) específico, unas características que convierten al coleccionista en un individuo excéntricos y complejo de la sociedad.
La psicopatología moderna considera abiertamente el coleccionismo como una conducta ligada a naturalezas maníacas y megalómanas. Sin embargo hay también interrogantes sobre el sentido del coleccionismo en relación con la memoria y la recuperación de la historia. Para Benjamin, tras la conducta del coleccionista privado se esconde la obsesión de objectualizar el legado del pasado y de convertirlo en un patrimonio valiosísimo de bienes, unos bienes que no poseen valor real alguno, y que sin embargo constituyen un incalculable tesoro para el coleccionista.
El arraigo de la propiedad en el espíritu del coleccionista puede explicar este comportamiento a lo largo de toda la historia: buscar, encontrar, clasificar y agrupar parte de la historia, de la cultura. Algo que las empresas de venta de fascículos y coleccionables han sabido aprovechar bien creando el producto perfecto para un cliente específico y ofreciéndolo en un período muy concreto. Septiembre, el comienzo del curso lectivo, nuevo año, depresión postvacacional o inquietud por realizar alguna actividad nueva son algunos de los ingredientes que juegan un papel importante en la venta del producto coleccionable. Si a eso le añadimos un packaging atractivo y muchos minutos de publicidad en televisión hay un porcentaje muy alto de venta.
Los altos ingresos anuales de las empresas que venden estos artículos nos tiene que hacer pensar que su éxito es real.
Aunque tengamos una respuesta sobre el fenómeno natural de los fascículos y coleccionables seguimos sorprendiéndonos de las extrañas y curiosas colecciones que se pueden llegar a comercializar.
Quien no haya tenido en su poder alguna entrega del «Cuerpo Humano» o de «Érase una vez el hombre» que levante la mano.